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Quimera (cuya traducción vendría a ser “animal fabuloso”), era un monstruo híbrido de la mitología griega. Esta criatura con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente, hija de Tifón y de Equidna, tenía tres cabezas, una de cada uno de los animales que la componían. Como criatura mitológica que era, se trataba en realidad de un animal imposible, fruto del capricho de los dioses. No en vano, la segunda acepción del diccionario de la RAE es “aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”. En la vida real, sin embargo, existe otro tipo de quimera: las creadas por la biología sintética: una disciplina que no se basa en el estudio de los seres vivo, sino en el rediseño de sistemas biológicos que ya existen en la naturaleza, a los que añade o modifica algunas características. En otras palabras, crea nuevas criaturas a partir de la mezcla de células madre embrionarias de dos individuos distintos, no siempre de la misma especie.
Tal y como explica Lluis Montoliu, vicedirector del Centro Nacional de Biotecnología (CNB) y experto en biotecnología, las quimeras de ratón han sido esenciales para las técnicas de generación de ratones mutantes, establecidas en 1987 por Mario Capecchi, Martin Evans y Oliver Smithies, cuya investigación les valió en 2007 el premio Nobel de Medicina y Fisiología por sus trabajos sobre células madre y manipulación genética. “En biología -argumenta el científico-, las cosas son un poco más complicadas de en la mitología”. Por lo general, el cruce de células embrionarias no da lugar a una criatura nueva con partes de distintos animales, como es el caso de la criatura mitológica. En realidad, los genes se entremezclan en distintas partes del organismo. Así, en un ratón quimérico como el que aparece en la fotografía inferior, cada grupo de células se manifiesta en partes distintas del cuerpo, que se diferencian por las diferencias de pigmentación. Por su aspecto, estas quimeras también pueden denominarse mosaicos. Sin embargo, en biología este término se utiliza cuando coexisten células genéticamente modificadas y sin modificar en un mismo organismo. Es decir, no nacen ratones con la mitad del cuerpo negro y la otra mitad blanca, sino que el resultado de la hibridación es mucho más difícil de identificar. “La biología es siempre más compleja que la imaginación de los artistas escultores”, concluye Montoliu.
A lo largo de la última década se han llevado a cabo numerosos estudios basados en quimeras animales con fines científicos. En 2022, un equipo de investigadores suizos logró crear órganos de rata en ratones estériles. Los científicos ya afirmaron entonces que su estudio podría allanar el camino hacia la producción de ratas transgénicas que sirvieran para el tratamiento de enfermedades humanas en la investigación biomédica, y más a largo plazo, para la producción de gametos (óvulos y espermatozoides), de animales en peligro de extinción. Más recientemente los medios de comunicación informaban del nacimiento de un mono quimérico engendrado a partir de células procedentes de dos embriones distintos de la misma especie. El experimento fue creado en un laboratorio, y es obra de científicos chinos en colaboración con el médico español Miguel Ángel Esteban.
Quimera de ratón, o ratón quimérico, producto de la introducción de células embrionarias troncales pluripotentes (células madre) de una cepa pigmentada de ratón en un embrión en desarrollo (blastocisto) albino. Las células de cada uno de los dos tipos de ratón se entremezclan y colonizan el cuerpo y dan lugar a esta quimera jaspeada y con ojos de distinto color.
¿Es posible crear quimeras a partir de gametos humanos? La respuesta es sí, aunque ni es una tarea fácil ni está exenta de polémica. Lo llevó a cabo en 2017 un equipo de investigadores liderado por el científico español Juan Carlos Izpisúa. Sus conclusiones, publicadas en la revista Cell, suponían un paso de gigante hacia el uso de otras especies para la fabricación de órganos. Sin embargo, a diferencia de otras quimeras animales, el uso de gametos humanos es objeto de una importante discusión bioética.
Tal y como indica Montoliu “Si mezclamos células embrionarias humanas en un embrión de cerdo en desarrollo: (1) ¿Cómo llamamos al animal resultante?; (2) ¿Qué porcentaje de células humanas debe tener un animal para poder considerarlo ya humano?; (3) ¿Cuándo deja ese animal de ser un cerdo y empieza a ser un ser humano?; (4) ¿Es éticamente aceptable generar estos animales para una posible utilización en medicina regenerativa?; (5) ¿Está justificado el riesgo que se corre al crear estas quimeras entre humanos y cerdos con fines terapéuticos, médicos?”. Esta misma discusión arreció hace 2 años, cuando el mismo equipo de Izpisúa desarrolló hasta 3 embriones quimera de macaco y humano tras inyectar en células de macaco cangrejero (Macaca fascicularis) un tipo determinado de células pluripotenciales humanas que habían obtenido tras reprogramar células humanas adultas. “Aunque sus autores califican los experimentos en marcha como “prometedores” nada podemos comentar sobre ellos en ausencia de datos científicos o publicaciones que los avalen. Anteriores colaboradores del equipo de Izpisúa, como el biólogo argentino Pablo Ross, que trabaja en la Universidad de California en Davis y colaboró en el estudio anterior de quimeras con cerdos, discrepan de la utilidad de crear quimeras entre monos y humanos, debido, entre otros motivos, al largo tiempo de generación que requieren estos experimentos, mucho más sofisticados en primates que en otros animales (en contraste con el relativo poco tiempo y facilidad de uso de los cerdos)”, sentencia Montoliu.
Los peligros bioéticos que comportan las investigaciones con quimeras humanas están a la orden del día, pues, tal y como se indica en el libro de David Albert Jones. Chimera ‘s Children. Ethical, Philosophical and Religious Perspectives on Human-Nonhuman Experimentation. Calum MacKellar y David Albert Jones, Londres, 2012) “las células utilizadas pueden afectar al cerebro y a la capacidad reproductiva, es decir, a aquellos órganos que inciden particularmente en la identidad de la especie y en la unidad humana”, resaltando, por tanto, “el grave peligro de la producción de híbridos humano-animales, pues ante ello nos encontramos ante un monstruo en el sentido más amplio de la palabra”. ¿Cuál es el límite? Según apunta Montoliu, hasta el momento existe un consenso internacional que recomienda detener la gestación de todos los embriones quiméricos de cualquier especie animal con células embrionarias humanas antes de que se desarrolle el sistema nervioso central. Pero esa barrera podría franquearse más pronto que tarde, a medida que se vayan desarrollando nuevos experimentos. “¿Tendrán conciencia humana estas quimeras? ¿Qué derechos tendrán estas quimeras? ¿Los de cualquier animal o deberemos concederles también derechos como seres humanos, aunque sea parcialmente?”, se pregunta Montoliu. Cuestiones que pueden parecer propias de la ciencia ficción, pero que quizá debamos empezar a plantearlas en un futuro próximo.
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