A principios de la década de 1960, las diversas misiones de ensayo que debían desbrozar el camino hacia el primer astronauta estadounidense se ocuparían de muy diversos aspectos del proyecto Mercury, como los cohetes lanzadores, los sistemas de emergencia, los equipos de reentrada, la navegación, las comunicaciones, la capacidad de maniobra, etc. Pero la más importante faceta del programa de pruebas era sin ninguna duda demostrar la habitabilidad en el espacio de la cápsula, que debería transportar a un único tripulante. Aspectos como el soporte vital, que debía mantener vivo al viajero, tendrían que ser comprobados a conciencia para asegurar que este último podía recorrer el espacio sin poner en peligro su vida.
La NASA ensayó la cápsula Mercury en diversas ocasiones y a diferentes altitudes, sin ocupantes, pero pronto hubo que llevar a cabo una misión experimental con seres vivos a bordo que certificara que todos los sistemas relacionados con el mantemiento de la vida del astronauta actuaban según lo previsto.
Más aún, deberían simularse con todo lujo de detalle todos y cada uno de los aspectos del viaje que debería protagonizar el primer astronauta durante su pionero viaje suborbital. Para ello, se lanzaría una nave Mercury prácticamente idéntica a la que pronto utilizaría dicho astronauta, con la salvedad de su presencia a bordo, sustituida por lo más parecido a un ser humano.
Hasta ese momento, la URSS había utilizado principalmente perros para sus vuelos espaciales de prueba. En cambio, los americanos preferían el concurso de chimpancés, más inteligentes y a los cuales se les podía enseñar llevar a cabo determinadas acciones dentro de la astronave. Debido a las limitaciones de espacio, la NASA emplearía chimpancés que no habían llegado aún a la etapa adulta, pero lo bastante mayores como para soportar un viaje espacial.
Así pues, el 31 de enero de 1961, la agencia lanzaba desde Cabo Cañaveral una misión de prueba cuyo objetivo sería simular exactamente aquello que sentiría el primer astronauta americano durante su histórico viaje suborbital. Para ello, se eligió la cápsula número 5, y se colocó en ella un contenedor en el que viajaría un pequeño chimpancé llamado Ham. Este pertenecía a un grupo de seis chimpancés entrenados en el centro de medicina aeroespacial de Holloman y era capaz de permanecer mucho tiempo encerrado en el interior de una cápsula Mercury, un logro no menor. Durante el viaje, debería mover algunas palancas, en función de diversas luces activadas frente a él, una demostración de que el viaje espacial no perjudicaba su estado cognitivo. Para descartar un comportamiento aleatorio, si lo hacía correctamente recibiría golosinas como premio, y si no, pequeñas descargas eléctricas como castigo.
(Foto: NASA)
El despegue se llevó a cabo sin incidentes. Sin embargo, un problema en el regulador de aceleración del cohete Redstone (MR-2) proporcionó un exceso de velocidad que no se resolvería hasta que, a los 137 segundos, se agotó el oxígeno líquido utilizado como comburente. Respondiendo a esta anomalía, entró en acción el cohete de la torre de emergencia, apartando a la cápsula del vector y llevándola a una altitud máxima de 253 km, superior a la esperada. Ello supuso un período de ingravidez de 7 minutos para Ham, que no pareció afectarle a juzgar por sus movimientos. Durante la reentrada, el animal soportó una desaceleración de 14,7 Gs, más elevada de lo normal. La cápsula también se despresurizó, pero ello no afectó a su ocupante, que viajaba dentro de su contenedor hermético.
Tras un vuelo de 16 minutos y 39 segundos, la cápsula amerizó en el Atlántico, a 679 km de distancia del punto de despegue, unos 209 km más allá de lo previsto. El saco de impacto, que se abrió poco antes de contactar con el agua, funcionó bien, aunque la prolongada espera hasta la llegada de las fuerzas de rescate y la violencia de las olas provocaron que el escudo térmico de berilio se desprendiese y el saco se dañase, empapándose de agua. La cápsula vio penetrar un poco de esta agua en su interior debido a la válvula abierta que había previamente despresurizado la cabina durante el descenso.
Por fortuna, Ham fue rescatado sano y salvo, y una rápida revisión confirmó que se encontraba en buenas condiciones. Pero cuando más tarde fue acompañado por sus cuidadores hasta la cápsula Mercury que había protagonizado su viaje, el animal se comportó como si hubiera visto a un fantasma. Casi histérico, obviamente debido al mal recuerdo que le había proporcionado, Ham no pudo ser reintegrado al grupo de entrenamientos Mercury. Sin saber hablar, ¡había dejado bien claro que no quería volar nunca más al espacio!
Por fortuna para la NASA, otros chimpancés estarían a punto para sustituir a Ham. Uno de ellos fue Enos, cuya misión no sufrió menos sobresaltos que los de su antecesor. Durante este viaje, se prestaría especial atención a los sistemas de comunicaciones. Era necesario asegurar un contacto, lo más prolongado posible, entre la cápsula y el control de tierra. El personal en la Tierra podría así seguir el vuelo y ayudar en lo posible a los tripulantes. Por tanto, durante las misiones de prueba del proyecto Mercury no solo se ensayarían los vehículos, sino también el segmento terrestre de comunicaciones, dotado de una serie de estaciones de seguimiento distribuidas por todo el globo. Una de ellas, durante el vuelo Mercury MA-6, se encontraba en Australia. Y dado que la misión estaría protagonizada por el mono llamado Enos, alguien decidió que era muy conveniente que los controladores pensaran como los chimpancés: en el momento de situarse delante de sus consolas, todos encontraron en ellas un hermoso plátano. El sorprendente regalo hizo reír a todos y relajó el tenso ambiente.
En cuanto a la misión, iniciada el 20 de febrero de 1962, duraría 3 horas y 20 minutos, y fue toda una prueba para el pobre Enos. Entrenado para mover una serie de palancas como lo hiciera su sucesor, o de lo contrario recibiría unas pequeñas descargas eléctricas que le indicarían que lo estaba haciendo mal, el animal desempeñó su tarea con total profesionalidad. Durante la primera órbita, y sin saber dónde estaba (probablemente pensó que aún estaba en la Tierra, a falta de ventanas que le mostraran el exterior), cumplió con precisión los instantes de actividad y descanso previstos. Pero durante la segunda órbita, el sistema se estropeó, y lanzaba descargas incluso cuando Enos estaba moviendo la palanca correcta. Se le puede ver en las imágenes de a bordo con los dientes apretados, pero cumpliendo las órdenes a pesar de la electricidad que recorría sus dedos, impertérrito. Sin duda, recordó su entrenamiento, cuando algo mucho peor ocurría si no se seguía el «plan de vuelo»: los chimpancés eran encerrados en un receptáculo oscuro si lo hacían mal, y eran premiados si lo hacían bien. Enos sabía perfectamente a qué atenerse y realizó su trabajo a pesar de todos los calambres del mundo.