Los bosques son un remanso de paz y tranquilidad cada vez más escaso. En tiempos actuales, de ajetreo, de ruido y de preocupaciones prácticamente constantes, realizar una pequeña escapada para reencontrarse con la naturaleza es siempre un buen plan. Por ello resulta extraño que desde pequeños se nos haya inculcado la idea que estos mismos bosques son escenarios de una guerra larga y constante.
En esta peculiar guerra, los árboles más grandes acaparan la luz solar, impidiendo el crecimiento de sus vástagos, y en el suelo, compiten por consumir la mayor cantidad de agua y minerales para crecer y erigirse como reyes del bosque. Según nos contaban, esta guerra no tiene fin, y los árboles jóvenes tienen que superar obstáculos prácticamente insalvables para conseguir acceder a los recursos que necesitan para vivir.
Los árboles que hablan entre ellos
La idea de que los árboles son seres solitarios que se encuentran compitiendo constantemente unos con otros está fuertemente enraizada en algunos ámbitos académicos. Ahora bien, según avanza el conocimiento estas ideas se han ido quedando atrás para dejar paso a una forma más colaborativa de entender la naturaleza. En la actualidad, para la mayoría de botánicos entrar en un bosque significa adentrarse en las entrañas de un gigantesco organismo vivo. Este organismo está formado por árboles que comparten espacio, nutrientes y agua. Además, tienen la capacidad de comunicarse unos con otros.
Los tejidos de este tocón siguen vivos, alimentados por los nutrientes que aportan los árboles de alrededor a través de sus raícen. Los motivos por los que los árboles nutren este tocón son desconocidos.
La idea inicial era que los árboles se comunicaban mediante sus sistemas de raíces y los hongos. El sistema de comunicación recibió incluso el nombre de “Wood wide web”, la red que abarca la madera, en referencia a la “world wide web”, el sistema informático que funciona a través de internet. En los bosques, las raíces que se adentran en el terreno se expanden hacia los alrededores hasta enzarzarse con las de los árboles vecinos. De este modo, las plantas pueden compartir nutrientes y favorecer el crecimiento, primando la supervivencia del grupo antes que la del individuo.
Pero las relaciones no quedan ahí, algunos silvicultores aseguran que existen lazos de amistad entre árboles contiguos. Estas amistades dependen de la cercanía de los árboles, ya que los que más conectados tienen una mayor dependencia el uno del otro. De hecho, el fallecimiento de uno de los dos árboles “amigos” puede llegar a debilitar al otro e, incluso, provocar su muerte.
Ahora bien, una cosa es comprender que los árboles están conectados y otras sus razones. Los biólogos creen que la estrategia de compartir nutrientes permite que el bosque en general esté más sano, lo que crea un superorganismo resiliente. Es decir, gracias a tener más individuos conectados y de distintas especies, el bosque es capaz de autorregular sus recursos y recuperarse más rápidamente ante una amenaza externa.
Los mensajes y los modos de comunicación
Las conexiones entre las raíces no sirven únicamente para compartir recursos. Los árboles también son capaces de enviar hormonas y otras señales para trasmitir amenazas o si están sufriendo algún tipo de estrés. De este modo, pueden preparar al resto de árboles para que no sufran su misma suerte. Si se tratase de animales ante una amenaza, bastaría con un sonido de alerta de uno de sus miembros para que el resto de la colonia huyese para ponerse a salvo, pero los árboles son incapaces de emitir sonidos y de moverse, por lo que las reacciones son radicalmente distintas. O no.
En la naturaleza, las plantas están constantemente expuestas a organismos que las arañan, muerden, rompen y, resumiendo, las hieren. Una de las respuestas más conservadas ante estas amenazas es la caída del potencial de membrana celular. Es decir, cada célula tiene una ligera carga eléctrica, y al recibir daño, esta carga desaparece, provocando lo que se conoce como despolarización. El cambio en la señal eléctrica suele activar mecanismos de respuesta para la producción de sustancias jabonosas o alcohólicas, que impiden que las bacterias colonicen el rico ambiente interno del árbol.
Un estudio de la universidad de Lausana demostró que estas señales eléctricas pueden transmitirse a través de las raíces de los árboles una forma que recuerda a la comunicación neuronal. Por supuesto, la transmisión del mensaje es mucho más lenta y menos especializada que en las neuronas, pero no por ello es menos efectiva, ya que se observó que los árboles conectados comenzaban a producir las sustancias químicas.
El sonido de los árboles
Pero la comunicación no es solo directa. En el año 2012 el equipo de investigación donde participaba la doctora Mónica Gagliano, de la Universidad de Western Australia, demostró que las raíces de las plántulas de maíz emitían un sonido constante a 220 hercios, inaudible para la mayoría de nosotros. Además, observando otras especies se dieron cuenta que las plántulas de chiles aceleran su crecimiento cuando tienen a su alrededor hinojo dulce.
Al principio pensaban que se trataba de algún químico que emitía la planta, pero tras aislar el chile de todo compuesto, pero no acústicamente, notaron que aún seguía percibiendo al hinojo. Esto quiere decir que, de alguna forma aún desconocida, las plantas de chiles reconocen los sonidos del hinojo y se preparan para acaparar la mayor cantidad de recursos posibles.
Experimento diseñado para la detección de ultrasonidos producidos por las plantas durante su crecimiento.
La creación de sonido en las plantas es el resultado de su metabolismo. El movimiento de líquidos a través de sus vasos genera tensiones que estiran y retuercen las fibras de que conforman la madera. La tensión se acumula sobre todo en el xilema, es decir, la que lleva la savia bruta desde las raíces a las hojas. Durante este proceso, la columna de agua también puede generar burbujas, lo que puede generar sonidos. Ahora bien, existen ciertas críticas ante este tipo de comunicación arbórea, ya que todavía no se han identificado en plantas ni órganos ni proteínas que sean específicas para la percepción del sonido.
De todas formas, aunque el sonido no produzca alteraciones visibles, sí que se producen cambios en la producción de sustancias ante las vibraciones sonoras. Estas sustancias están relacionadas con la comunicación celular, con la producción de sustancias antioxidantes y con la producción de sustancias de defensa ante amenazas.
Esta nueva forma de entender los bosques como superorganismos abre unos caminos de exploración muy interesantes. Los ecosistemas son mucho más complejos que la suma de sus individuos, por lo que una aproximación holística permitirá maximizar y hacer más efectivas las estrategias de conservación y renaturalización de entornos. Como se suele decir, pero ahora aplicado a ecología, que los árboles no nos impidan ver el bosque.