A Millonarios no le intimida un rival como Nacional, no se disminuye de visitante ni siquiera en el Atanasio Girardot, no le afecta la algarabía en contra. Al contrario, en esos partidos cuando la exigencia, aparentemente, es mayor, es cuando más se motiva, se engrandece, se luce. Saca a relucir toda su memoria azul, toda su efectividad. El equipo de Alberto Gamero danza, destruye y aniquila. A Medellín llegó decidido a ganar y lo hizo 1-0, y se fue con los tres puntos, tan campante.
Jugar contra Millonarios es jugar con candela. No se sabe cuándo ni cómo va a quemar, pero quema. Necesita un instante de libertad para lanzarse con toda su voracidad y convertir. Es un equipo efectivo. Un equipo letal.
Atlético Nacional quiso ser el dueño del balón y de las acciones. Quiso dominar, atacar, crear los espacios. Quiso confundir al rival de azul. Eran muchas intenciones y pocas realidades. Millonarios, se sabe, no se esconde, no se intimida. Con Santiago Giordana lanzó sus primeras escaramuzas. Con Daniel Ruiz insistió.
El equipo verde era tímido en su ataque, iba pero sin decisión. Lanzó un par de remates, un cabezazo de Ramírez y un disparo de Mejía. Todo bajo control para Millonarios.
Cuando Millonarios embistió de nuevo, ya no tuvo resistencia. Fue preciso. Giordana recibió el pase de Larry a un costado, nada de estar metido en el área, él sabe salir, moverse, es un goleador disfrazado, que nutre a los demás. Tiró el centro, Daniel Ruiz conectó, era su gol, pero el portero Rojas lo evitó, solo que dejó la pelota refundida, extraviada en sus propios predios, allí donde estaba el más peligroso de todos, el cazador furtivo del gol, Leo Castro, que llegó de frente a le pelota, dio un saltico como para acomodarse mejor o encontrar estabilidad y precisión, y fusiló la portería verdolaga para el 1-0, en 32 minutos.
Castro celebró con toda la euforia posible, porque para Castro no hay goles comunes o simples o normales, menos cuando se le marca a Nacional en su casa.
Y Nacional se incendió. Por más que intentó reaccionar y volver al partido, fue un equipo inofensivo, aturdido, quemado.
En el entretiempo tuvo que haber un baldado de agua fría para cada jugador verdolaga. Salieron a jugar con más decisión, con más claridad. Mucho mejor. Entró Cepelini como gran arma. Tenían 45 minutos por delante para empatar, para ganar, para salvar el honor.
El gol del empate se lo perdió primero Mantilla, que falló ante el portero Montero, que se hizo gigante en su arco. Luego, Eric Ramírez tuvo la mejor ocasión, pero fue un grito de gol atorado, que no salió, porque el palo se lo impidió.
Nacional, en esa segunda parte, mejoró en cada línea, en cada pase. Le faltaba lo más importante, el gol.
El partido ardía, Millonarios aguantaba, Nacional presionaba, eran los momentos finales, hasta que estalló una bomba en la cancha. Pelea, trifulca, empujones que iban y venían. El portero Rojas enloqueció, fue a buscar rival para pelea, tiró cabezazos, se encontró con Álvaro Montero, se miraron, se desafiaron, se empujaron y se fueron expulsados.
Nacional entró en desesperó; Millonarios mantuvo la calma. El tiempo se fue agotando y las ilusiones verdes se consumieron. Millonarios fue el incendio; Nacional, las cenizas.
PABLO ROMERO
DEPORTES
@PabloRomeroET