Daniel Muñoz sigue allí, en Wembley, con su pierna estirada, con su acrobacia perfecta, sacando su remate heroico para que la pelota irrumpiera en el arco, para que entrara a la red con fuego, para terminar con honores la obra que inició James y que continuó Diaz, para que Colombia derrotara con ese golazo a España 1-0 en Londres y siguiera su marcha triunfal e invita. Una victoria de esas que ilusionan.
Esta Colombia no cree en nadie. No se achica con los grandes. En una verdadera prueba de fuego, demostró que es un equipo que sabe ganar. Pasó de un primer tiempo apagado, sin luz, sin una gota de brillo, un primer tiempo con una Colombia dedicada a defenderse bien, a resistir la ofensiva española, para convertirse en un equipos gigante, levantado del suelo para devorar a su rival, para demostrar que tiene fútbol, que tiene magia, que tiene una estructura cada vez más sólida.
Esta Colombia se transforma de una manera que solo sabe descifrar el técnico Néstor Lorenzo. Es él quien lleva al camerino la varita mágica para cambiar lo que está mal, para dar soluciones. No se sabe qué pasa allí en el entretiempo, pero Colombia sabe corregir, sabe replantear. Le pasó contra España, luego de un tímido primer tiempo.
España, que jugó de amarillo, era la del dominio absoluto, la que tocaba de derecha a izquierda, por el centro, en corto, en largo, con un gran despliegue físico y tareas tácticas impecables. Una España de alto nivel. Colombia, de negro, apeló al orden, a no fallar en la estructura defensiva. 4-2-3-1 ordenó Lorenzo de entrada y el equipo se esmeró en que no cambiara, en que no hubiera algún momento de irreverencia, de lucidez. Colombia se dedicó a defender, a defender bien. Porque esa España agresiva e imponente no le hacía gran daño, pero le llegaba, de diferentes formas. Un remate de cabeza de Dani Vivian fue un gran susto. El único real de la primera parte. La pelota se fue por arriba del travesaño.
En Colombia los laterales, Muñoz y Mojica, no pasaban la mitad de la cancha. Los volantes centrales, Lerma y Castaño, se dedicaron a destruir, no a construir. No podían. Carrascal era el encargado de conectar, de ser el guía. Pero Carrascal fue una sombra. ¿Y Luis Díaz? Díaz aparecía poquito, con carreras que no llegaban a ningún lado. ¿Y Casierra? Casierra fue el elegido para ser el referente del ataque. Le llegó una vez la pelota, en un tiro libre de laboratorio, se giró y remató fácil. Jhon Arias era el más intrépido, el más dinámico. Él tuvo que ir a darle aire al equipo al pasar de derecha a izquierda y desde allí sacar una remate sin consecuencias.
El primer tiempo fue del monólogo español y la contención colombiana. Colombia no tuvo chispa ni ingenio, solo orden, como si el empate en un amistoso contra un grande como España fuera el botín. No quiso o no pudo tener mayor agresividad. Así que el equipo se fue al descanso sin despertar entusiasmo. Fue un equipo apagado.
Como la deuda de Colombia era el ataque, a eso salió en la segunda parte. A demostrar que tenía armas, hombres para agredir, para hacer un fútbol más atractivo. Para eso entró James, para abrir el panorama, para poner el polvito de estrellas que le hacía falta al equipo. Tuvo un gran remate que le sacó el arquero. Tuvo otro que tiró por fuera. Pero en lo suyo no falló: fue el gestor del gol de la victoria. Tiró ese pase largo, desde su propia cancha, para que Díaz sacara su repertorio, un amague descomunal para quitarse la marca y tirar el centro.
Los goles bonitos hay que repetirlos en el papel, como en la TV: así que ahí está Muñoz, flotando como para una foto, moviendo sus piernas para recibir el centro de Lucho e inventar una volea, para sacar ese remate en fuego que quemó la red española y la dio a Colombia una nueva victoria. Una victoria contra un rival gigante.
PABLO ROMERO
REDACTOR DE EL TIEMPO
@PabloRomeroET