Intel está en pleno cambio de estrategia. La compañía ha apostado por fabricar procesadores de terceros, lo que le obliga a invertir miles de millones de dólares y a renunciar a beneficios. El consejero delegado, Pat Gelsinger, ha avisado de que tendrán que pasar varios años hasta que Intel Foundry, el negocio de ensamblaje de chips, sea rentable. Incluso, puede que los brotes verdes no lleguen hasta 2030.
En el conjunto de 2023, esta división de negocio facturó 18.900 millones de dólares, un 31% menos en tasa interanual, según una presentación de la compañía. Sus pérdidas se situaron en los 7.000 millones de dólares, casi un 35% más en comparación con el año previo. Pero eso no es todo. Gelsinger dijo que en este curso los números rojos van a ir a más y alcanzarán su punto álgido, según las explicaciones que dio durante la convocatoria y recoge Bloomberg. Después, irán recuperándose, aunque no saben cuándo este área será rentable y puede que haya que esperar a 2030 para ver los primeros resultados positivos.
Intel Foundry supuso más de una tercera parte (casi el 35%) de toda la facturación de la compañía el ejercicio pasado (54.228 millones de dólares). Es decir, todo este volumen de negocio se va a ver comprometido durante los próximos años, lo que afectará al resultado final de la empresa. La de Santa Clara, California, tendrá que pagar ese peaje, que es el que requiere el cambio de estrategia.
En este sector, hay dos tipos de modelo de negocio, esencialmente. Las compañías que diseñan chips (modelo fabless, sin fábricas) o las que ensamblan los procesadores para terceros. Intel hacía ambas cosas, aunque solo producía para sí misma. Pero su planteamiento tradicional dejó de funcionar y la empresa se dio cuenta de que tenía que abrirse a terceros y aceptar pedidos de sus competidores para fabricar sus chips. Esta es ahora la gran apuesta de Intel.
La de Gelsinger está poniendo toda la carne en el asador para atraer a empresas como Nvidia o cualquier otra que busque una fábrica en la que producir sus chips. Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) es la mayor productora de semiconductores del mundo y no da a basto. No tiene más capacidad para sacar toda la demanda de sus clientes y es ahí donde quiere entrar Intel.
Para ello, la compañía estadounidense tiene que invertir cantidades ingentes de dinero. Los recursos necesarios para fabricar chips son muy costosos, ya que el proceso es muy complejo y delicado. En los próximos años, Intel va a invertir 100.000 millones de dólares para aumentar su capacidad de producción en Estados Unidos. Está levantando la mayor planta de semiconductores del mundo en Ohio, en palabras de Gelsinger, y construyendo otras en Arizona, Oregón o Nuevo México, con ayudas del Gobierno de Joe Biden.
Esta necesidad de inversión va a ser un pozo sin fondo para la compañía, que ha explicado durante la presentación cuáles son las perspectivas para los accionistas a medio plazo. “Creemos que esta transparencia y esta rendición de cuentas es necesaria”, decía el consejero delegado sobre la nueva etapa de la firma. Intel también va a modificar su balance, de forma que refleje mejor la reorganización y el negocio de fundición.
Ayer, sus acciones cayeron un 8,2%, su mayor caída desde finales de enero, sobre los 40 dólares. Fue la reacción del mercado ante las perspectivas de la firma. Este jueves repunta unas décimas antes de la apertura de Wall Street. En los últimos 12 meses, ha ganado un 22,6% en bolsa.
En 2021, la estadounidense ponía a Pat Gelsinger a dirigir la compañía para liderar todo este cambio. El directivo volvía de VMware a la empresa que había sido su casa durante 30 años. El objetivo es que Intel recupere el liderazgo en la industria y supere a TSMC en 2030.